Estoy esperando abordar el avión dde regreso al DF. Mazatlán es una experiencia catártica para mí, y en esta ocasión pasé unos dias divertidos cometiendo el pecado menos original pero si más visible y placentero de todos. Esta vez tuve un cómplice, sin el cual la experiencia no hubiera sido la misma. Ambos nos envolvimos en ese torrente de placer terrenal. Ese pecado capital que no perdona y que además lo traes tatuado en el cuerpo como la letra escarlata. El y yo. Tú y yo. Ambos disfrutando al mismo tiempo, con diferentes intensidades. A veces yo ya no podía más. A veces el se rendía primero, pero ambos solidarios ante ese ritual de complicidad que solo el compañerismo de muchos años puede conseguir. Pero como mencioné al principio: todo se descubre. ¡Mi vestido ya no me quedaba! En las fotos se notaba. Y mi cara lo refleja ahora. Todo por tragar tanto. Ni modo, quién me manda. A dieta de nuevo.
¿Y a ti a qué te sabe la vida?