Lucas (en la caja) y Pyokola. |
Para Gricel, a quien deseo que el amor (el verdadero) toque a su puerta en el momento correcto.
Cuando Lucas llegó a casa, la vió. Era la cosa mas linda que habia visto en su corta
vida. Blanca, con algunos reflejos cafes. Sus ojos azules como el cielo no reflejaban la
serenidad que el color que los vestia caracteriza.
Ella se acercó, lo miró de arriba para abajo y le dio un zarpazo tremendo. Lucas corrió
hacia su nueva mamá, quien lo tomó con una sola mano al tiempo que regañaba a la
preciosa criatura que lo habia lastimado.
- ¡Eres grosera!...¡Vete! No le vuelvas a pegar a tu hermanito.
Decía la mamá.
Lucas no decifraba lo que su nueva madre decía, pero percibia la
proteccion y cariño que esta le daba. Puchiko (asi se llamaba quien le habia pegado),
solo veía a su madre (la de ambos), con una mirada de desenfado. Bostezó, se estiró y
partió hacia otra parte de la casa.
Con el tiempo, Puchiko y Lucas aprendieron a convivir. El entendió desde el primer
día que ella mandaba y él, sólo tenia la opcion de quitarse de su camino para no recibir
mas golpes. Definitivamente tenia mal caracter, ya que en ocasiones sin razon alguna
le pegaba a su mamá y a la madre de ésta. Generalmente su mamá lo aseaba con
espuma, le ponía un collar antipulgas, y él, era libre de andar por todos lados en la casa.
Una mañana, lo dejó salir al patio. Se encontró con un árbol de ciruelos, el cual
descubrió que servia de escalera para subir al techo y pasear por las bardas; pero en
cuanto trataba de subir, su mamá corría a bajarlo. Algún día, pensaba Lucas, podré ver
que hay ahí arriba.
Por la ventana, veía cuando Puchiko subia por dicho árbol y desaparecia moviendo
graciosamente su delgada, estilizada, y gatuna cola. Ella era en definitiva, una especie
de dueña del mundo que cautivaba a Lucas.
Un día, su mamá no estuvo todo el día. Se sintió solo. Pero en la tarde vio que la que
en teoría era su abuela, estaba sentada en la sala. Él se acerco y se subió a su hombro,
como si fuese un pájaro y sintió alegría. La señora no lo bajó, al contrario emitió una
risa extraña pero confortable, y le dio unos leves golpecitos en la cabeza. Lucas ya no
estaba sólo. No se sentiría solo jamás. Encontró su lugar.
Conforme pasaba el tiempo, y Lucas crecía, sus libertades fueron más. Primero lo
enseñaron a salir a hacer sus necesidades, colocando la caja de arena afuera. Después
dejaron la ventana abierta para poder salir y entrar a su antojo. Un día, se subió al
ciruelo. Otro día llegó hasta la barda y después al techo. Ya era un gato grande. ¡Ahora
podia seguir a Puchiko!
Ella (Puchiko), parecía atemporal. Lo seguía viendo como ese gato pequeño que llego a
quitarle un poco de su reino. El, la reconocía como la dueña y señora de todo. Pero
indudablemente seguía viéndola con amor. Llegó el momento en que Lucas se
convirtió en un Gato adulto, que podía competir por el amor de Puchiko. Dada la
ocasión, quiso concursar, pero ella, le negó inclusive la entrada al duelo por su cariño.
Él se puso triste. Ella ni siquiera le permitiría aspirar por su cariño.
Cada vez que esos duelos a muerte por el amor de su doncella, llegaban a suceder, Lucas
se conformaba con verlas desde la ventana. Se recostaba en el regazo de su mamá o de
su felicidad, y se quedaba dormido.
Un día como cualquier otro, su madre entró frenéticamente a su casa. En sus manos
traía una caja. Lucas, desde el sillon vió como su loca mamá pasó por la sala, y se fue
hacia la habitación.
- "¡Luquitas, Luquitas, ven a ver a tus hermanitos!"
Lucas la escuchó y prefirió seguir durmiendo. Al poco rato su mamá se sentó a su lado,
y recostó a su costado dos bultitos blancos. Lucas los vió y se levantó de un salto al
darse cuenta de que se movían, respiraban y lo veían con dos pares de ojos azules.
- "Te presento a Pyokola y Tomás, viviran desde hoy con nosotros, así que tienes que
cuidarlos", dijo la mamá.
Lucas la escuchó como siempre, sin decifrar a qué se refería con ese lenguaje que no
entendía pero si comprendía. Se acercó a ellos, les olio y observó para reconocerlos.
Tomás estuvo dormido todo el tiempo mientras lo revisaba. Cuando empezó a
reconocer a la otra extraña que desde hoy sería su hermana, ella le lamió. El se alejó, y
ella, sin gesticular, le regaló una sonrisa, mirándolo fijamente con unos ojos tan azules
como los de Puchiko, pero con una serenidad extraña que nunca vio en los ojos de ésta.
Desde el primer día, Pyokola lo seguia a todos lados en la casa. Cuando el salia a sus
aventuras de gato adulto, la gatita se quedaba en la ventana, como esperando su
regreso. Conforme fue creciendo, Pyokola se convirtió en una gatita hermosa. No tanto
como Puchiko, pero hermosa de verdad.
En las mañanas, se acostaba a su lado y se bañaban el uno al otro. Se acorrucaban y
ronroneaban. Pyokola veía el mundo a través de Lucas. Le preguntaba de sus heridas
de guerra, de la oreja partida, los ojos morados o las patas lastimadas que constantemente
traía. Él, le compartía su sabiduria de gato adulto y ella lo veía como su héroe.
El tiempo seguía y Lucas encontró el amor. Era bonita, no tan mal geniuda como
Puchiko y ademas era cariñosa. ¡Qué afortunado! Sus días, tardes y noches, eran mas
llevaderos a lado de Pyokola. Se acompañaban. Se complementaban. Se vivían.
Un día, Pyokola desapareció. Su mamá sintió extraña la ausencia, pero a los dos días de
eso, la buscaba sin éxito. Lucas parecía sereno, sin embargo no salía a buscarla por si
regresaba a casa. Tenía miedo de irse que y no lo encontrara al su regreso. Una tarde, a
la hora de comer, su mamá lloraba. Su felicidad, a quien Lucas siempre acompañaba por
las tardes le dijo:
- "Luquitas, búsca a Pyokolita. Tráela de regreso. Tú la quieres mucho, la vas a
encontrar."
Lucas la escuchó atento como siempre, mirándola y haciendole entender que
comprendió su petición. Salió a buscarla esa noche, caminó por todos los techos a los
que rondaban juntos pero no la encontró. Regresó a casa sin ella. Prolongó la
búsqueda por varias noches más, hasta que la encontró, recostada en el césped de la casa
vecina. Acostada. Dormida.
Lucas se acercó. Ella no se movia. ¿Cómo la podia llevar a casa? Corrió a la ventana, y
trató de decirle a su mamá que la había encontrado y que necesitaba ayuda pero no lo escuchó. Regresó hacia donde estaba Pyokola. La lamió, la acorrucó y empezó a sentir sueño. Se quedó recostado a su lado. Su felicidad le había pedido que la buscara, que la
encontrara. Y lo cumplió. Entendió mientras la vista se le nublaba que su hogar no
estaba en la casa de a lado, si no ahí, donde encontró a su amor. Ahora, antes de quedar dormido para no despertar jamás, sintió a Pyokola dándole cariño como siempre, mientras ambos, juntos, se iban por el techo para nunca más volver.
Hay prima me has hecho llorar, :( mas sin embargo es un relato hermoso, agradezco tu tiempo y tus ganas de compartir algo tan hermoso!!!
ResponderEliminar@Kika
ResponderEliminarA ti por leerlo Pima. Cada que lo leo vuelvo a llorar. Hay gente mala y envenenaron a mis gatitos. Se fueron juntos a pasear por techos mejores. Te quiero, no lo olvides. Esto de seguir creciendo duele, pero pase lo que pase...siempre estare, y siempre estarás. Te quiero.