Es difícil ser uno mismo, cuando lo comparan con los demás. Esa horrorosa labor que se da la gente de querer que encajes con cierto perfil. Diaria. Constante. En todos los aspectos.
Se siente como cuando mi jefa me llama a su oficina y me dice "fulanito hizo ésto, es lo que quiero, allí le encargo". Como si a las enchiladas se les forzara a ser chilaquiles. Aparentemente son lo mismo, pero no son igual. Y más para una persona como yo que se ha dedicado desde pequeña a romper moldes involuntariamente.
Imaginen a una niña de un pueblo lechero hablando de poesía. Era una marciana para los demás niños, y tuve que jugar a ser como los demás para tener amiguitos. Hasta la fecha tengo esa maldita sensación de no pertenecer absolutamente a ningún lugar.
No. Miento. Me acuso de ser mentirosa, porque hubo un tiempo donde sí pertenecí. Cuando me enamoré locamente de alguien y por un breve momento (que duró varios años) sentí que ese era mi lugar. Y después cambié. Uno se la vive eternamente en metamorfosis y éstas suceden cuando menos lo esperas. No lo puedes controlar, simplemente sucede aunque no lo quieras, y de nuevo he aquí una yo que es una mezcla entre un moustro japonés de ficción y una princesa de Disney.
Y aun así, lo que más te parte la madre es que te sigan comparando. Porque rara y todo sigues siendo tú. Aunque no te acepten. Aunque no te quieran. Aunque no te correspondan. Aunque no te comprendan.
Sigues siendo tú y sólo tú.
Y no tiene nada de malo. Imperfecta. Mortal. Hija de un hombre. Verdadera. Engendrada y creada por mi misma y los impactos del camino. Yo me la paso a gusto conmigo misma. Ya no busco, sólo encuentro y desde hoy me gustaría encontrar a alguien a quien le guste como soy, que no me acepte, simplemente que sepa que yo soy yo, y tengo derecho a ser lo imperfecta que se me pegue la regalada gana.
Así como tú.
Se siente como cuando mi jefa me llama a su oficina y me dice "fulanito hizo ésto, es lo que quiero, allí le encargo". Como si a las enchiladas se les forzara a ser chilaquiles. Aparentemente son lo mismo, pero no son igual. Y más para una persona como yo que se ha dedicado desde pequeña a romper moldes involuntariamente.
Imaginen a una niña de un pueblo lechero hablando de poesía. Era una marciana para los demás niños, y tuve que jugar a ser como los demás para tener amiguitos. Hasta la fecha tengo esa maldita sensación de no pertenecer absolutamente a ningún lugar.
No. Miento. Me acuso de ser mentirosa, porque hubo un tiempo donde sí pertenecí. Cuando me enamoré locamente de alguien y por un breve momento (que duró varios años) sentí que ese era mi lugar. Y después cambié. Uno se la vive eternamente en metamorfosis y éstas suceden cuando menos lo esperas. No lo puedes controlar, simplemente sucede aunque no lo quieras, y de nuevo he aquí una yo que es una mezcla entre un moustro japonés de ficción y una princesa de Disney.
Y aun así, lo que más te parte la madre es que te sigan comparando. Porque rara y todo sigues siendo tú. Aunque no te acepten. Aunque no te quieran. Aunque no te correspondan. Aunque no te comprendan.
Sigues siendo tú y sólo tú.
Y no tiene nada de malo. Imperfecta. Mortal. Hija de un hombre. Verdadera. Engendrada y creada por mi misma y los impactos del camino. Yo me la paso a gusto conmigo misma. Ya no busco, sólo encuentro y desde hoy me gustaría encontrar a alguien a quien le guste como soy, que no me acepte, simplemente que sepa que yo soy yo, y tengo derecho a ser lo imperfecta que se me pegue la regalada gana.
Así como tú.
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