He llegado a una edad, donde el límite entre una cosa y otra es bien delgadito. Hace algunos días cumplí 40 inviernos. Lo festejé gustosamente contenta de que - según varias personas - me veo mas jóven de lo que realmente soy. Y así veo a mis contemporáneos, prácticamente igual. Hace poco me reuní con amigos de la prepa y hacíamos bromas respecto a que para salir bien en las selfies teníamos que apagar la luz, sin embargo nos vemos de la edad pero no muy "madreados" por decirlo decentemente. Pero la pinche vida estaba por darme una lección el día de hoy.
- Buenos días maestra, ¿cómo se encuentra usted? - Bien Doña Fulanita, ¿en qué le puedo servir? Respondió mi madre con esa pasividad digna de Elsa de Frozen. - Vengo a pedirle de favor, si me presta el cojín de sellos que me prestó la otra vez. - En sí es de mi hija, porque yo ya estoy jubilada pero déjeme ver si lo tiene. - Si, nada más lo utilizamos aquí tantito y se lo devolvemos. Es que ya ve que el dinero ya no alcanza y pues uno se las tiene que arreglar. Porque ya ve que la gente es bien corrupta. En sí todos los maestros son unos corruptos, porque fíjese que la maestra Perenganita metió a todos sus hijos al magisterio y ¿ a poco Sutanito estudió?. - Pues sí, pero no puede generalizar. Yo soy maestra, y mi hija es maestra y nadie nos compró una plaza. Mi hija hizo examen de oposición y sacó el primer lugar y así entró a trabajar. - Pero su hija si estudió, y la maestra Perenganita ya metió a todos sus hijos y ninguno de ellos terminó...