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La maldita insensible.


No es que este inundada de amargura.  Creo que no es eso.  Probablemente si sea el camino recorrido, y las colección de estampitas de experiencias de la vida que he ido juntando. Me sorprendo  de las reacciones que puedo llegar a tener, al contemplar algunos aspectos de la vida cotidiana.  Me he vuelto más mala, y lo peor es que lo disfruto.

Antes observaba con agrado, esas muestras de cariño rupestre que se dan los jóvenes.  No hablo de la calentura, si no del cariño más puro y más espontáneo que puede haber.  Rupestre, vaya, porque se da a lo bruto.   Cuando admiraba estas escenas, las veía con admiración y un poquitín de envidia tal vez.  Pero hoy,  me di cuenta del mostro en el que me he convertido.

Estaba en la cafetería de la universidad, esperando para ingerir mis sagrados alimentos.   Había un chiquillo tocando la guitarra. Realmente no le hice mucho caso.   Mi orden estaba lista.  Al regresar a la mesa una inocente chiquilla estaba de pié a lado del guitarrista, preguntándole lo usual que preguntan las chiquillas que se deslumbran por un pseudo charro emo modernista como aquel.

Y entonces mi oído de villana de Marvel se activó.  
-        
E    "Esta canción la compuso un cuate, pero le cambié el título y algunas cosas porque se la compuso a una chava y ya va a terminar con ella.  Pero yo la arreglé y creo que quedó hasta mejor. ¿Quieres que te la cante?"

La chica respondió asintiendo con la cabeza.  Y la canción empezó al mismo tiempo que yo mordía gustosamente mi torta de pollo. La canción era lo más meloso y pretencioso del mundo.  Algo así como una canción de Arjona pero mezclada con Zoe pero tampoco.  Y en lugar de enfocarme en el detalle de que le están cantando una canción a la amiguita, me concentre en lo ridícula de la misma y empecé a reírme.  Esa sonrisita que no me gusta que se vea pero que sin embargo esta lista para salir.

De repente, noto que la canción no sólo tuvo un clímax, sino dos, y  remató dicha balada con la intensidad de un Rolling Stone en los 60’s.   A ese momento la mueca de mi rostro era una sonrisa, pero de esas que no me gustan, esas risas burlonas que no me gusta exponer en mi lugar de trabajo.

No me terminé mi almuerzo y  me levante para entregar los platos sucios en la barra de la cafetería.  Posteriormente tiré la basura que dejé ahí, y cuando mi oído me traicionó nuevamente:
-         
      No manches, tardé en componer esta canción un año…

En ese momento, la mueca burlona se convirtió en carcajada.  Tomé mi mochila y emprendí mi camino, pensando en silencio:   “Soy una maldita insensible”.  Como por arte de magia se dibujó esa sonrisa alegre que tanto me gusta en mí. Esa alegría que brota de lo más cabrón de mi alma y que me acompañó hasta que cerré la puerta.

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