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Mejor María que Marga

La influencia de Marga López y todas aquellas mujeres sufridas de la Época de Oro del Cine Mexicano, han hecho que la mujer tenga una posición un tanto hipócrita ante la vida.

El sacrificio femenino, eleva a las mujeres a una posición casi divina; razón por la cual debemos ser resignadas, dignas y sufridas para ser consideradas ‘buenas’. Y es que ese adjetivo calificativo nos persigue durante toda nuestra vida: nuestras madres nos educan para ser buenas hijas, buenas madres y buenas esposas o novias. Hasta Doña Lucha dice: “A qué venimos a este valle de lágrimas, si no a sufrir por los hijos”. Pues bien, esta posición muchas ocasiones hace que mientras más triste y miserable sea la vida de una mujer, más merecedora de admiración es.


Si me preguntan qué heroína del cine mexicano me gustaría ser, esa es María Félix. Para mí es una revolucionaria, que decidió vivir su vida, valiéndole un reverendo pepino lo que las demás (y los demás) dijeran. Sin embargo he de confesarles que no puedo alejarme de mi Marga López interna. La educación que mamé de mis madres pega en ciertas partes de mí ser, y hace que la mujer sufrida brote cual margarita en primavera. Actualmente la búsqueda de sentido de mi vida, es sacar mi María Félix personal, sin embargo la Marga que traigo tatuada en los genes, me boicotea.  Sigo con esa lucha interna,  es un proceso que estoy viviendo y sufriendo. Las metamorfosis nunca han sido fáciles.

En mis vagancias por internet me encontré algo interesante: Candy Candy, nos educó a las niñas de los 80’s que una tiene que sufrir por amor, que mientras más sufres más buena eres y más bonita te ves. Les he de confesar que de niña me encantaba, y ahora de “adulta contemporánea”, me compré la serie completa  para navegar por mis recuerdos de infancia.

Ya sentada en casa, con mis pañuelos de papel tisú, palomitas de maíz y pan de caja, elegido cuidadosamente para cortarme las venas; me encontraba totalmente lista para disfrutar de uno de los recuerdos más importantes de mi infancia.  Conforme la historia iba avanzando, mi ilusión de ver al pasado se volvió enojo. No lo aguanté. Me resultaba increíble el grado de idiotez de ese personaje que influyó fuertemente en mi infancia, y las infancias de otras miles de mujeres de mi generación.
Si tuviera que encontrar una palabra correcta para el sentimiento que ver Candy Candy desató en mí, es “Encabronamiento”. Sin embargo y como mencioné anteriormente, encontré algo interesante: El final italiano de la serie, el cual le ha dado a mi cerebro y corazón, una satisfacción casi orgásmica.
Pero para esto voy a ponerlos en contexto:

En el final original Candy regresa a su hogar (que es un orfanato), a vivir con sus madres de corazón para ayudarlas a criar a los huérfanos que ahora habitan ahí. Regalándole sus penas al viento y recordando a sus dos grandes amores, les dice adiós y descubre que Anthony (el gran amor número 1) no era el Príncipe de la Colina (su amor platónico); si no que era Albert y ya con ese descubrimiento regresa a vivir como la tercera monja del Hogar de Pony como Marga López en “Corona de Lágrimas”.

Ahora les contaré el final italiano que encontré en pocas palabras:

Básicamente es casi lo mismo, con la diferencia de que Candy lee en el periódico que Terry (el gran amor número 2, que sigue vivo pero, por errores de la vida y de la calentura se tuvo que casar con otra. ¿Eso no pasa verdad?) se divorcia de su esposa. Candy dice algo que según el precepto Marga López, no se debe de decir, pero la verdad, a mí me encantó:
“Ay pues Susanita que pena…pero ahora me voy a quedar con Terry y ¿sabes qué?: Pues voy a ser feliz. Terry ahí te voy...”

¿Qué genial no? Bueno, tampoco lo dijo así, pero en resumen es lo que diría en épocas como ésta. Esos finales son los que necesitamos con más frecuencia, para que dejemos de ser tan zonzas, y salir y gritar: MEREZCO SER FELIZ Y LO VOY A SER.

Así que me apena mucho con Marguita si no te parece… Pero ¡Yo mejor María que Marga!



 P.S. Les recomiendo vean Candy Candy, una de las mejores animes de los 70, que aquí a México llegó en los 80. Es hermosa, pero véanla sin la “Paquita la del barrio” interior.

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