Durante los viajes que realicé a la Península de Yucatán desde que era pequeña, siempre estuve rodeada de mis familiares cercanos: primos, tíos. Con los más cercanos la relación ha seguido durante el transcurso del tiempo, pero hay otros tíos un poco más lejanos de los que realmente se perdió la pista por los caminos que la vida nos ha dado a cada quien.
Ahora que ya soy mayor, hemos vuelto a visitar a los familiares que dejamos de frecuentar (también debido a que por muchos años no regresamos aquí). La visita a tía Mami fue algo interesante. Me recordó y me dio un abrazo cariñoso. A ella la recordaba muy bien, aunque la confundía con otra tía. Pero lo que me impactó fue que conocí a mi tía abuela. Tía Lina, cuñada de mi abuelita Julia. Cuando la vi, le di un abrazo y un beso, ella respondió de manera muy cariñosa. Nos invitó de comer (sopita con pollo) y al final, después de una larga plática acerca de los pesares de la vida, al irme, me hizo uno de los regalos navideños mas padres de mi existencia. Mi tía Abuela, al conocerme, a mis 32 años, me regaló de la manera más cariñosa una bolsa de Chetos.
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