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El masaje.

Hace casi doce años sufrí un accidente automovilístico.  Debido a ello debo de tener de manera periódica masajes ortopédicos en la columna vertebral.  Realmente la lesión no me ha dado tanta guerra, pero desde hace casi dos años no iba a rehabilitación.  Una razón fue que mi masajista favorito no coincidía con mis horarios.  Pero creo que la razón de más peso era mi gran desidia.

Hasta hace unos días que me empezó a doler horrorosamente la espalda.   Era intenso pero soportable, pero antier el dolor me ganó.  Doña Juany (la señora que nos ayuda y una gran amiga) me había recomendado un ‘doctor’ que era quiropráctico también y que era muy bueno, y se ofreció a llevarme.  Debo aclarar que como es en la espalda y las vertebras se desviaron un poco, soy muy recelosa con quien me atiende.  Mi mami en un principio hizo una búsqueda de terapeutas que me ayudaran.  En un principio me atendieron unos quiroprácticos que trabajaban para los Tuzos del Pachuca.  Posteriormente le recomendaron a un señor que aparte de que cobraba las Perlas de la Virgen, lo único que hizo fue manosearme y recomendarme tres meses más de reposo.  Hasta que conocimos a Don Toño.



Don Toño trabaja en una organización sin fines de lucro dando rehabilitación para el mantenimiento del lugar.  De ahí sale su sueldo y para sostener a esta organización.  El aprendió de manera empírica la quiropráctica.  El día que llegamos, estaba un joven siendo atendido y su mamá me dijo: ‘Verás que te va ayudar’.  Posteriormente llego otra señora.  Le explicamos mi caso a Don Toño y empezó la faena.  Únicamente con el dedo pulgar acomodaba los huesos de mi cuerpo.  Tronaba como matraca y la primera vez el dolor fue mi principal compañero tanto que llegué al llanto.  La señora que seguía después de mi me dijo: ‘Sé que duele pero te sentirás mejor’, consolándome de alguna manera.  Y fue cierto, posteriormente llegué a casa y dormí como bebé.  Las demás sesiones fueron menos dolorosas y cada vez mas reconfortantes.  Hasta que Jonathan terminó su carrera.

Mi primito (que mide 1,80) es de los primeros Lic. en Quiropráctica de México, y la decisión automática fue ir a ver sus aptitudes, que en verdad son extraordinarias.  Gracias a él mi espalda estuvo maravillosa, además de que me arregló el pie un día que metí la pata.  Sin dolor y mucho alivio.  Pues bien Jonathan se casó, yo cambié de turno de trabajo y coincidir se me hizo difícil.

Esa es la razón por la cual durante dos años no tuve atención.  Ayer esperaba ansiosa a Doña Juanita.  Eran las cuatro de la tarde y yo seguía en ayunas.  Este ‘doctor’ que me recomendó desde hace mucho tiempo, según su apreciación es bastante bueno, y el hecho de que sea ‘doctor’ y además quiropráctico me ayudó a tomar la decisión.  Pues bien, llegamos al lugar.  Me dio desconfianza el hecho de que la recepción estuviera bastante sucia, cosa que en un consultorio tradicional no pasaría.  Había gente, lo que denota que es popular y por lo tanto bueno, y eso mitigó mi desconfianza inicial.  Pasó una hora de espera y fue mi turno.

El consultorio no estaba tan sucio.  En el escritorio había una ‘asistente’ aprendiendo a quemar películas.  Y estaban dos hombres. Ninguno tan pulcro y ninguno distinguible como un doctor.  El más delgado de ellos me dijo: “A que viene”, “A masaje”, respondió doña Juany.  Entonces le empecé a explicar mi situación, la cual escuchó sin interés y a la mitad me interrumpió y me mostró una mesa de exploración normal, no de ortopedia ni de masajes, como las que  tienen normalmente los quiroprácticos masajistas.  Me recosté boca arriba. Entonces me dijeron, estira las manos.  Y ahí empezó.  Sus técnicas de ‘masaje’ son dignas de una ‘calentada’ de interrogatorio judicial.  Primero me jalaron de manos y pies como si fuera un desmembramiento de la inquisición. Cuando me pidió ponerme boca abajo, en la franela que tenían ahí puesta, sentí que habían pasado varias personas y que esa franela no la habían cambiado.  Muy antihigiénico y cosa que mis anteriores masajistas por muy rústicos que fueran, jamás lo habían hecho.  Pero lo peor… lo peor fue lo de mi vientre.  Abrió la mano derecha, la colocó en mi vientre.  Su asistente me jaló de las manos y cuando lo hacía el otro brincaba y ponía todo su peso sobre mi vientre.  Yo veía estrellitas, eso dolía terriblemente.  Lo hizo como cinco veces. 

Al final de semejante madriza, me preguntaron si me seguía doliendo.  La respuesta obvia fue que no. La razón es que mi cuerpo tenía tanta adrenalina y tantas toxinas liberadas por la ‘calentadita’ que sólo estaba mareada pero adolorida no.  Tres horas después comencé a sentir el dolor, pero aún así pude descansar un poco. Pero al abrir los ojos el día de hoy, no hay parte del cuerpo que no me duela, pero el vientre es lo peor.  Mi espalda sigue igual, no puedo mover el cuello y por esa misma razón no pude ir a trabajar.

Y heme aquí arrumbada con herradura para el cuello (como caballo de carreras) y rogándole a Diosito que no me den ganas de estornudar, ni de ir a baño.

La moraleja que saco de esto es:  Sigan su molleja porque si al momento de ver la recepción algo en mi mente me dijo ‘no’, lo mejor era haberlo seguido.  E inevitablemente buscaré coincidir con Jonathan para que arregle lo descompuesto sin dolor, y si no lo logro, tendré que aventarme otra sesión de llanto con Don Toño.  Y lo que más me atormenta es: ¿por qué diantres hay tanta gente?, ¿A caso les gustará la mala vida?...no lo sé.  Soy afortunada tal vez, de saber que hay quiroprácticos profesionales y no estos torturadores dignos de interrogatorio de la PGR.

Mientras seguiré viendo tele y aguantándome las ganas para ir al baño.  Si quieren contarme algún chismito o uno que otro chiste estoy disponible.  Help!


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